Damos una vuelta, compramos otros regalos pendientes y busco alguna alternativa. Vamos al shopping y vemos un poco alrededor y nada me llama. Terminamos entrando en complot. Sorprendentemente (porque nunca encuentro nada en complot cunado voy decidida a comprarme algo) hay varias cosas que me gustan. Después de ver todo me decido por 3 vestiditos y me los pruebo. El primero esta bueno, me gusta. El seguno, mas o menso, no me llama mucho, pero a mi mamá le gusta más que el otro. Me pruebo el último, y sí, me gusta. Es el que más me gusta de los tres. Mi madre coincide. Está a mitad de precio que el que originalmente quería. Bueno, lo llevamos.
Mientras volvía a mi casa, contenta con mi vestido, pensando en la situación, no pude evitar sonreír. Reconocer la ironía. Yo estaba cegada por ese vestido, y debo admitir que es hermoso y que si hubiera estado el color en mi talle muy posiblemente me lo hubiera comprado, pero no me proporcionaba esa sensación que yo esperaba. No me satisfacía. Quizás es una señal que me avisaba que no era para mi (aunque yo no creo en esas cosas). Y cuando salí, estaba decepcionada, pero no era el fin del mundo. Y el vestido final, el decisivo, quizás no hubiera sido mi primer opción, y no lo fue, pero termino siendo perfecto.
Las apariencias engañan. La gente cambia. Lo que nos pasa es inestable y variable. Muchas veces nos encerramos en las ilusiones y cuando llegan a hacerse realidad, no eran lo que esperábamos. Lo que necesitábamos era algo diferente a lo que imaginábamos. Pero fue necesario que se materializara para que nos diéramos cuenta.
Las apariencias engañan. La gente cambia. Lo que nos pasa es inestable y variable. Muchas veces nos encerramos en las ilusiones y cuando llegan a hacerse realidad, no eran lo que esperábamos. Lo que necesitábamos era algo diferente a lo que imaginábamos. Pero fue necesario que se materializara para que nos diéramos cuenta.
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