domingo, 6 de enero de 2013

Artistas.

Que cosa rara lo artistas, llenos de emociones y grandes pasiones. 
Se tiene una extraña fascinación por el sufrimiento, por llevar toda sensación al extremos. Esos sentimientos a flor de piel que forman parte de las obras maestras de todos los tiempos. Porque el dolor es muy poderoso y extremadamente rico, aprovechable, se le puede sacar hasta el último jugo para crear. Se utiliza este acto como un modo de catarsis, de análisis, de expulsión. La felicidad en cambio, aún siendo un sentimiento  fuerte y poderoso, tiene otro efecto en las personas, nos llena de tranquilidad, paz, armonía; no es algo que quisiéramos sacar de nuestro sistema. Queremos absorberlo por completo, aprisionarlo para que nunca nos abandone  No es tan productivo. Por eso los grandes artistas, al menos en sus mejores épocas, se alimentan de lo oscuro, lo hiriente.  Bórges, Edgard Allan Poe, Alfonsina Storni; se aprovecharon de sus obsesiones, sus locuras, aquello que los atormentaba para confeccionar sus más exquisitas creaciones, y por eso los recordamos aún hoy. Es una cualidad de artista, o un vicio según como se lo mire, la llevar todo sentimiento más allá, ocuparse de sentir hasta lo más mínimo y magnificarlo. Así, hasta algo bueno puede convertirse en algo dudoso o indeseable. Esta manía de cuestionarlo todo hace que inevitablemente, todo desemboque en desgracia, que es lo que muy en el fondo buscan, inconscientemente, para su obra. 
Esto es algo que no se produce, que no se ensaya, es algo con lo que se nace y se va construyendo desde chiquitos. No puede evitarse, ni provocarse. Esta dentro de cada uno, lo único que se puede hacer es intentar controlarlo, ya sea para un propósito o el otro. Pero estoy segura de que si todos eligieran ser indiferentes a su naturaleza y conformarse con una vida tranquila y apacible, no habría tan grandes artistas.