domingo, 4 de marzo de 2012

Correr.

Me sentí rara, ansiosa, como asfixiada. Me sentí totalmente confundida, indecisa por un momento, no sabía que hacer. Y me fui. Me fui a correr. Pensé que quizás si corriese muy rápido sin detenerme, cuando lo hiciera, estaría ya tan lejos que no sabría dónde. Como si corriendo a toda velocidad pudiese escapar y todo perdiese sentido. No podría volver, y tampoco importaría, porque ya todos se habrían olvidado de mi, como si en esa carrera se hubiera perdido la persona que soy. Mi alma habría escapado realmente de mi cuerpo y ya no sentiría dolor, no sentiría nada. No sentiría esta opresión. La incertidumbre, el miedo. Desaparecería mi  violenta ciclotimia. Pero claramente es imposible. Porque a fin de cuentas, me encuentré dando vueltas en una pista circular, sin principio ni final. Y no importa cuanto ni que tan rápido corra, siempre termino en el mismo lugar. Es tan difícil salír. Hace falta decisión. Pero el problema es que para ello, tenes que dejar de correr. Volver a la normalidad, cuando ya no controlas el tiempo, ni las vueltas. En conclusión, no hay manera de escapar. No puedo correr eternamente. Solo por un rato. Pero vale la pena. Porque cuando me detuve y volví a casa, me sentí más tranquila.

No hay comentarios:

Publicar un comentario