Digamos que estoy totalmente feliz. Que no hay nada que me perturbe. Que nunca lloro, ni me siento triste, ni deprimida, ni agotada, ni frustrada, ni inservible. Digamos que todos a mi alrededor son buena gente, que convivimos en paz, que todos me apoyan.
Imaginemos que camino por un bosque por la tarde. Que todo es verde y hermoso. Que el sol se escabulle por entre los árboles, dando calor y una iluminación preciosa. Que se escuchan los pajaritos cantar suavemente a lo lejos y el sonido de mis paso en el follaje. Nadie ni nada perturba mi estado de serenidad. De repente escucho a lo lejos el sonido de un arroyo. Me abro paso hacia él y llego a una parte despejada del bosque, donde desemboca el arroyo formando una pequeña cascada. El ruidito del agua me llena de tranquilidad. Me siento a un costado entre las rocas. Miro al cielo despejado y me quedo contemplándolo un momento. No hay nada más relajante. Me recuesto en el pasto y cierro los ojos. Estoy feliz. Entonces decido quedarme ahí para siempre.
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